2 de febrero de 2010

Venta


Me acuerdo de todo menos del momento en que tomé la decisión. Curiosamente, no tengo ningún sentimiento de culpa. Antes acostumbraba a ver a las chicas que aceptaban irse a la cama con alguien por dinero como gente a la que la vida no le había dejado otra elección, y ahora veo que no es así. Yo podía decir “si” o “no”, nadie me estaba forzando a aceptar nada.

Ando por las calles, veo a las personas, ¿habrán escogido sus propias vidas o habrán sido, como yo, “escogidas” por el destino? El ama de casa que soñaba con ser modelo, el ejecutivo de la banca que pensó en ser músico, el destinta que tenía un libro escondido y al que le gustaría dedicarse a la literatura, la chica que le encantaría trabajar en televisión, pero todo lo que encontró fue un empleo de cajera en un supermercado.
No siento la menor pena por mi misma. Sigo sin ser una víctima, por que podría haber salido del restaurante con mi dignidad intacta y con mi cartera vacía. Podría haberle dado lecciones de moral a aquel hombre, o haber intentado hacerle ver que ante sus ojos estaba una princesa, que era mejor conquistarla que comprarla. Podría haber adoptado un sinfín de actitudes, y sin embargo, como la mayoría de los seres humanos, dejé que el destino escogiese qué rumbo tomar.
No soy la única aunque parezca que mi destino es más ilegal y marginal que el de los demás. Pero, en la búsqueda de la felicidad, estamos todos suspensos: el ejecutivo/músico, el dentista/escritor, la cajera/actriz, el ama de casa/modelo, ninguno de nosotros es feliz.
Amor letra por letra.